Tamayo y el tiranicidio

En el libro “Franz Tamayo y la Ley Capital” (1999) de Edgar Oblitas Fernández, el jurista rastrea el origen de un proyecto de ley presentado al parlamento en 1930 por uno de los más grandes intelectuales bolivianos, el aeda boliviano comprendía que la única servidumbre que se puede aceptar, es la servidumbre a la justicia, entender que no se puede ser impunemente poderoso y que desde los griegos antiguos se comprendía la importancia del tiranicidio como institución de justicia. Tamayo estaba fuertemente influenciado por el asesinato del tirano Pisistrátida Hiparco, en manos de Harmodio y Aristogitón durante las fiestas de Panatenas, cuya leyenda creció erigiéndose estatuas y poemas en honor a los magnicidas, incluso uno de los hijos del vate boliviano se llamó Harmodio.

Los antiguos griegos no entendían la democracia como el gobierno del pueblo por el pueblo, que para Tamayo es una tautología y una contradicción ridícula, la democracia es el predominio regulador del pueblo sobre todo gobierno, etimológicamente democracia es pueblo (demos) y dominar, ser fuerte (kratein), lo cual es diferente de gobernar o hacer función gubernativa; Popper recoge las enseñanzas del Discurso fúnebre de Pericles para comprender que el pueblo no gobierna, gobiernan unos pocos, pero el pueblo puede controlar y juzgar a sus gobernantes.

En la Edad Media, sacerdotes católicos precursores del liberalismo reunidos en torno a la gloriosa Escuela de Salamanca, retomaron los estudios y la importancia del tiranicidio, especialmente el padre Juan de Mariana en su obra: “De rege et regis institutione” donde argumentaba en base al derecho natural como liberarse del tirano y en que circunstancias, cuando el gobernante usurpa el poder, cuando es elegido y gobierna de manera tiránica es lícito el asesinato por un simple particular ya directamente o valiéndose del engaño “con el menor disturbio posible”.

Tamayo admiraba la obra política de Víctor Hugo y su enfrentamiento contra Louis Bonaparte, coincidía con el francés en preguntarse: ¿No es acaso un criminal, un parricida, el hombre que mata a la libertad?; en el Perú, Manuel González Prada sostenía: “La sangre nos horroriza; pero si ha de verterse alguna, que se vierta la del malvado… Se da muerte a un perro hidrofóbico y a un felino escapado de jaula ¿por qué no suprimir al tirano tan amenazador y terrible como el felino y el perro?… Los grandes vengadores de hoy ¿no serán los Cristos de mañana?”.

El proyecto de Ley Capital de Tamayo comprendía al tiranicidio como fundamento de toda democracia (art.1), siendo un derecho individual que asiste a cualquier ciudadano ejercer la punición contra el tirano y sus cómplices (art.2), tiene una recompensa como en la República griega de Atenas, la edificación en vida de una estatua del héroe en el seno mismo del parlamento nacional (Art.7), esta ley tenía como antecedente un decreto excepcional de 12 de enero de 1824 promulgado por Simón Bolívar para todos los territorios liberados, que ordenaba un juicio sumario a todo funcionario para comprobar la malversación o toma de recursos públicos superior a 10 pesos, quedando el delincuente sujeto a pena capital.

Sostenemos que las normas e instituciones deben limitar el poder del gobierno, presuponer que gobernará el tirano, así contar con mecanismos posibles para evitar el liberticidio, no soportar ningún tipo de concentración de poder en una o pocas personas, abolir el sacrificio popular de colectivos en revoluciones por el capricho de una sola persona, entendiendo que el gobierno es lo menos y el ciudadano es lo más.

*En la imagen, una moneda con la frase “Rebellion to tyrants is obedience to God” que corresponde a Benjamín Franklin