El Estado como religión

En su trabajo: “La superstición más peligrosa”, Larken Rose muestra al estatismo como la religión más dañina, nos dirá que la creencia en el Estado no se basa en la razón, sino en la fe, los estatistas tienen una deidad sobrenatural, un constructo abstracto representada por el gobierno con sus pontífices, obispos y sacerdotes que son los ministros, viceministros, cuyos profetas tienen dogmas indiscutibles para sus fieles, creyentes obedientes y por el otro lado, también tiene sus herejes, los que desobedecen son malos y los que obedecen los mandamientos son buenos, por ejemplo, un comerciante será tratado como contrabandista por ejercer su oficio sin autorización del mandamiento, prácticamente serán delincuentes quienes no cumplan las órdenes. Obviamente, esta religión tiene sus rituales, que son las elecciones, juramentos, proclamas, nombramientos y legislación, también hay símbolos y cánticos en los altares en forma de himnos para rezar, sus santos muertos son héroes y tienen su maquinaria para adoctrinar esa fe irracional en las escuelas y universidades, cuyos sacerdotes se encargan de repetir a los niños y jóvenes, la fiel obediencia y sometimiento al Estado, así surge una cultura tributaria a la divinidad, porque los representantes pueden llamar tributo al robo y a la confiscación, servicio militar a la esclavitud, etc., estos representantes cometen delitos que los mortales no pueden hacer sin recibir castigo, así se tiene una humanidad domesticada.

Pero el Estado reclama el monopolio de la adoración, siendo una fe relativamente moderna frente a otras instituciones como la tradición judeocristiana que esta presente antes de la fundación de la república, el Estado reclamará autoridad no sólo material, sino espiritual sobre ella, es más, pretende controlarla mediante leyes de “libertad religiosa”, gran paradoja, reclamar control, sometimiento y vigilancia con una ley que tiene como nombre “libertad”, mientras la religión estatista es obligatoria, la religión judeocristiana es libre y voluntaria, perdió para siempre su puesto en el poder político, por eso, la religión judeocristiana pertenece al ámbito del sector privado de cada persona, lugar que el Leviatán pretende destruir mediante la ley, con su control del terrorismo tributario y laboral para quienes sean sus opositores a sus perversas leyes, saben que la iglesia tiene todavía convocatoria popular, pero se la silencia como a los empresarios con sanciones fiscales, libertad para los clientes políticos, hoguera y dureza de la ley para los enemigos.

Dirá, el conocido liberal Carlos Rodríguez Braun: “lo más progresista es colocar a la religión, como se coloca también y no por casualidad a la libertad, al mercado o a las empresas, en una posición defensiva”, los feligreses progresistas siempre están a favor del Estado, que para estos sería bueno, paternal, distributivo, caritativo; mientras la libertad, mercado, familias, empresas e iglesias, son malas, especulativas, egoístas e insolidarias, hay sospecha sobre las instituciones intermedias entre el Estado y el individuo, lo que Joseph Schumpeter llamaba: “fortalezas privadas”, esos refugios que protegen al individuo aislado del poder, entonces, el estatista busca derribar esas fortalezas para imponer dominio sobre el individuo, tenerlo solo y aislado para pisar sobre su cabeza.

La rapacidad del Estado no tiene límites, las asociaciones sin fines de lucro como las iglesias serán tratadas como sociedades comerciales, no sólo para tener más ingresos para cumplir las promesas y llenarse los bolsillos, sino también para dominar e imponer, para elevar el único altar y gran púlpito que debe estar erigido, el del caudillo.