Los caballeros salteadores

En tiempos remotos, los caballeros germanos combatían por causas nobles y desafiaban a muerte a quien mancillaba el honor. Pero poco a poco, se fue abusando del desafío y esta institución degeneró en delincuencia. Los caballeros que se vieron empobrecidos se convirtieron en salteadores, se desafiaba por motivos insignificantes y se utilizó estos medios para hacerse de botín, hasta que se hicieron profesionales en el asalto. Las hostilidades pesaban en especial sobre los campesinos y burgueses; se les robaba ganado, incendiaban aldeas, maltrataba, mutilaba, violaba, asesinaba, secuestraba para cobrar fuertes sumas de rescate, etcétera.

 

Conocemos que con la caída del Imperio Romano, los nuevos reinos germanos desarrollaron una política militar basada en el arma de la caballería. Se formó una nueva nobleza guerrera, donde cuenta más la bravura del guerrero que la táctica, imaginemos personas acorazadas junto con sus caballos, corriendo a gran velocidad juntos en una dirección, casi el suelo temblaba. Pero mantenerlos, era una empresa muy cara, desde el cuidado y alimentación del caballo, las espadas, lanzas, escudos, escuderos, etcétera. Se dice, que una de las causas del sistema feudal fue este costo, por eso se entregó pequeños feudos a los caballeros para que puedan mantener su equipamiento militar con la condición de deber obediencia al superior, así sucesivamente hasta llegar al rey. Empezó a reducirse la caballería, solo podían ser caballeros los pudientes, por eso, la palabra destinada a los caballeros era: “Hidalgo” (hijo de algo), personas de familias acomodadas. Esto conlleva su propio sistema fiscal. El inferior paga al superior una parte de sus ingresos, estando en la cúspide recaudatoria los caballeros y pequeña nobleza, que recaudan directamente de los campesinos sean siervos o libres.

 

Diferentes testimonios pueden ser encontrados en la “Historia de la Criminalidad. Ensayo de una Criminología histórica”, de Gustavo Radbruch y Enrique Gwinner, (Ed. Bosch, 1955), quienes nos relatan varios casos que suceden alrededor de 1254 -1273, como el de Tomás Absterbg, caballero que convirtió la crueldad como un fin en sí mismo, cortando la mano derecha de todos los que se cruzaban por su camino a pesar de las constantes súplicas por dejar intacta la mano apta para el trabajo; otros caballeros famosos, que tenían sobrenombres significativos, como: Lemberslint (Lazo de cordero), Springisfeld (Échate al campo) o Räumdenkasten (Limpiaelarca), entre otras cosas, colgaban a sus víctimas dentro de las chimeneas, les hacían sentar en hormigueros o arrancaban cabellos y barbas; sin olvidar, que a las mujeres se les robaba todo, hasta el cuerpo desnudo.

Esos delincuentes empobrecidos solían recitar canciones caballerescas de aquella época, que más o menos decían así: “Cógele por el pescuezo/ alegra así tu corazón, / toma su hacienda, /desengancha sus caballos, / sé despreocupado, / sé valiente, / y si tiene dinero, / córtale el cuello.” En otra canción se dice de los campesinos: “Los queremos perseguir, chamuscarlos como cerdos/ hasta que tengamos el botín/ y que me cuelguen en la horca.”; a los burgueses les recitaban con entusiasmo: “Hay que arrancarles/ el pellejo de zorros, /hay que sacarlos de sus zorreras/ con fuego y con robos/ apagar los humos/ de esos comerciantes”.

 

Estas personas confesaban vivir de la “caballería”, “mantenerse del camino”, “vivir de la silla y a salto de mata”, oficiaban de escoltas, pedian impuestos a la fuerza, ostentaban derechos de paso y portazgo por los cuales cobraban especies de tributos, además de ejercer como dudosos policías. Siendo sus víctimas los comerciantes, les amenazaban de la siguiente forma: “Primero te destrozaré a golpes las mejillas y toda la cara, luego te romperé los dientes y muelas con mis puños, después te daré en el pecho y en la barriga y haré crujir tus costillas, hasta que muerdas el polvo, agotado y medio muerto, y arrojes la pimienta por libras y el azafrán por onzas”.

 

Para controlar su delincuencia y bellaquería, se intentó “resocializarlos” y algunos fueron acomodados como funcionarios públicos al servicio de las ciudades y príncipes; los demás engrosaban las filas del hampa. César decía de los antiguos bárbaros germanos: “Latrocinia nullan habent infamiam”, el robo no les causa deshonor, después de muchos años, los nobles de Westfalia arengaban: “Cabalgar y robar no es ninguna vergüenza, pues lo hacen los mejores en todo el país”.

 

Pues bien, hoy en día existen cierto tipo de caballeros salteadores, que están presentes en las oficinas de recaudación fiscal. El tributo que para muchos es dinero que va para fines de utilidad para la sociedad, es motivo para encarcelar y penalizar con fuertes sumas de dinero el trabajo digno y productivo, muchos tributos obedecen a situaciones de robo y pillaje, si es que se me permite el término, que realiza la administración tributaria con el uso de la coacción, violencia y confiscación.

 

¿Qué podemos decir del impuesto a la renta? forma de esclavitud, donde uno entrega involuntariamente sus horas de trabajo, no para la construcción de escuelitas, caminos y hospitales como creen los ingenuos, sino para emborrachar de poder a los déspotas de bolsillos que inundan las somnolientas oficinas públicas.

 

La administración tributaria toma en cuenta que los impuestos son obligatorios e imprescriptibles para perseguir hasta el final (tal vez los salteadores te asaltaban una vez en tu vida o pasado un camino, ya no te robaban mas), con los impuestos es diferente, una víctima está expuesta al gobierno central, departamental y municipal, toda su vida. Oficinas en distintos niveles del Estado que “tienen la obligación de mejorar sus ingresos” a partir de succionar la economía del indefenso ciudadano, que no tiene siquiera un Defensor del Contribuyente que salga en su ayuda, bueno, al ser parte del Estado, este defensor pertenece a la misma banda extorsionadora.