Por el derecho a la burla

En agosto del año 2009 durante la procesión de la Virgen María de Urkupiña en Quillacollo – Cochabamba, Evo Morales fue abucheado por una multitud y fruto de este acto multitudinario, Edmundo Larrea fue apresado y procesado bajo el cargo de insultar y atentar contra la seguridad del alto dignatario de Estado. Posteriormente, seis sargentos de la Fuerza Aérea Boliviana fueron arrestados y desaparecidos sin previo aviso a sus familiares con rumbo desconocido, por gritar: ¡Evo cabrón, maricón!, uno de los detenidos fue una madre de dos niños, uno todavía lactando.

Son populares los estribillos que se corean en las graderías de los escenarios deportivos, en los carnavales, conciertos, fiestas, entradas folklóricas y en todo acontecimiento juvenil. Antes los masistas se burlaban del gringo Goni, y, quien no ha insultado alguna vez, que tire la primera piedra.

Pero mofarse e insultar es legítimo, lo explica el filósofo del Derecho y constitucionalista Ronald Dworkin, en su famoso artículo: “El derecho a la burla”, que dice: “la libertad de expresión es una condición de Gobierno legítimo. Las leyes y las políticas no son legítimas a menos que hayan sido adoptadas mediante un proceso democrático, y un proceso no es democrático si el Gobierno ha impedido a alguien que exprese sus convicciones sobre cuáles deberían ser esas leyes y políticas. La burla es una clase de expresión bien determinada; su esencia no puede redefinirse de una forma retórica menos ofensiva sin expresar algo muy distinto de lo que se pretendía. Ése es el motivo por el que, durante siglos, las tiras humorísticas y otras formas de sátira han estado, incluso cuando eran ilegales, entre las armas más importantes de nobles y de perversos movimientos políticos”.

Es conocida la campaña de Rowan Atkinson, Mr. Bean, en contra de una Ley del Insulto en Inglaterra, en palabras de Atkinson: “El problema de proscribir los insultos es que cualquier cosa se puede entender de ese modo, desde la crítica a la caricatura. Incluso mantener una opinión distinta a la ortodoxa”.

Sigmund Freud manifestaba que el primer individuo que insultó en vez de tirar una piedra, se convirtió sin advertirlo, en el fundador de la civilización occidental, aunque esto parezca exagerado como todo el pensamiento psicoanalista, contiene un hecho interesante, el insulto es una idea, un arma poderosa que ataca otra idea, a saber: el honor, pero no viola la integridad, salud o vida alguna. Existe una lucha de ideas.

¿Pero podemos entender que el honor es un derecho defendible? Para Murray Rothbard, no. Porque el honor es la imagen que otras personas tienen sobre alguien, es un pensamiento libre, que se origina del intercambio voluntario de información entre quien escucha y quien “difama”. Pero el ofendido pretende que los demás tengan una concepción sobre él, una “buena imagen”, entonces la “víctima” pretende apoderarse de la opinión ajena, controlar la mente del otro, en ese acto de imponer la “buena imagen”, se viola no solo la libertad de expresión, opinión, sino también de pensamiento.

La concepción de la “buena imagen” es subjetiva, muchos guardan apariencias y otros bajo el manto de hipocresía defienden un honor que no existe, la reputación se gana o se pierde, la credibilidad se mantiene con los hechos y no con las palabras. Lo peor sucede cuando esa supuesta víctima es un político, más terrible si es el gobernante. Cualquier crítica puede ser interpretada como ofensa y por lo tanto, debe ser silenciado y reeducado.

No cabe duda que existe mal gusto en el insulto, eso puede ser criticado, pero si ni lo sagrado ha sido inmune a la burla, con mayor razón todo lo demás puede ser motivo de mofa, es un derecho del individuo mientras exista la risa.